Nosotros los predicadores hablamos mucho. En verdad, nos pagan por hablar todos los domingos por la mañana. He hallado, como sé que usted también lo ha hallado, que la Palabra de Dios tiene su manera de penetrar en la vida como cuchillo caliente en mantequilla.
A veces la Palabra de Dios es en realidad tan “dicha como conviene” (Proverbios 25:11) que nos cuesta creer que alguien no haya estado mirando por el ojo de nuestra cerradura o leyendo nuestra correspondencia. Los que nos oyen predicar sienten lo mismo.
Hace poco un hombre vino a hablar conmigo después de un culto, y me dijo: “Mi esposa habló con usted, ¿verdad?”
“No,” le contesté. “Ella no ha hablado conmigo”.
“Vamos, pastor. Sea franco conmigo. Ella le llamó esta semana, ¿verdad?”
“No, ella no me ha llamado esta semana”. La predicación de la Palabra de Dios que él oyó ese día fue tan específica y penetrante, que él estaba convencido de que yo había hablado con alguien que sabía de su conflicto en particular.
Estoy seguro de que usted ha tenido conversaciones similares.
Sus palabras tienen el poder de cambiar la vida de alguien.
Uno de los mejores mensajes que nosotros, los pastores, podemos proclamar es el mensaje del carácter semejante al de Cristo, tanto con nuestros labios como con nuestras vidas. ¿Quiere saber cómo hacer un impacto en su iglesia, en donde parece que a nadie le importan las cosas espirituales? Así es cómo: hable como Cristo y viva como Cristo.
Le garantizo que con el paso del tiempo eso determinará la diferencia. Aun cuando parezca que ellos no quieren oír sus palabras, continúe viviendo como Cristo. Eso no podrán ignorar.
Hace poco oí a alguien decir: “La única Biblia que el mundo lee es la vida diaria del creyente. Y lo que el mundo necesita ahora es una versión revisada”. ¡Me gusta eso! ¿Qué tal ofrecer una versión revisada de la vida cristiana a las personas a quienes usted ministra? Estos días en que la iglesia cristiana se ve plagada por el escándalo, y ha dejado al no creyente con impresiones falsas de los seguidores genuinos del Salvador, son un buen momento para escribir y vivir una versión revisada de lo que quiere decir seguir a Jesucristo.
Por cruciales como son nuestros sermones, solo ejercen impacto cuando están respaldados por una vida consagrada. Como Pablo dijo: “Ustedes mismos son la carta escrita en nuestro corazón, que toda la gente lee y conoce” (2 Corintios 3:2, PDT).
Sus palabras tienen el poder de cambiar la vida de alguien.
¿Cómo? Porque la congregación puede ver que el mensaje que usted está predicando ha cambiado su propia vida.
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