Una mujer perpleja en la iglesia una vez le preguntó a un pastor amigo mío: “Me he estado preguntando, pastor, ¿qué HACE usted toda la semana?” ¿Alguna vez lo ha oído? Mi amigo no lo dijo, pero luego me contó que quiso responderle: “Señora, simplemente venga al templo mañana a las 5:30 de la mañana, ¡y se lo mostraré!”
¿Cuántas veces nosotros, los predicadores, tenemos que mordernos la lengua cuando algún hermano nos dice: “Cómo quisiera yo tener un trabajo de un día a la semana”. Cuando oigo que alguien dice una necedad como esa, para citar al cómico norteamericano Steve Martin: “Siempre me hace querer cortarles la lengua.”
Hace poco leí las palabras de un confundido asistente a la iglesia: “El problema es que Dios es como el predicador. No le vemos durante la semana, ¡y no le entendemos el domingo!” Aun cuando no podemos hacer nada respecto a la primera parte, nos esforzamos arduamente para superar la segunda, ¿verdad?
¿Qué HACEMOS los pastores de lunes a sábado? Hice una lista. Oramos, estudiamos, orientamos, contestamos cartas, atendemos detalles administrativos, contestamos el teléfono, trabajamos con comités, visitamos en las casas y en el hospital, casamos y enterramos, dedicamos tiempo a los que pasan por nuestra oficina, planeamos mensajes para el futuro, asistimos a seminarios y conferencias, atendemos otras oportunidades para hablar fuera del templo, participamos en actividades fuera del templo, estamos con nuestra familia, nos quejamos, descansamos, hablamos con amigos, y ocasionalmente nos preguntamos: ¿Qué peregrina cosa puedo decir el domingo próximo? A decir verdad, a veces incluso sentimos lástima de nosotros mismos.
El creyente por lo general no sabe lo que hacemos. Algunos piensan que no es gran cosa. Otros se imaginan que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en oración . . . o en algún tipo de contacto constante, santo con Dios. Recuerdo una colegiala de secundaria que pasó por mi estudio. Parecía asustada hasta los huesos. “¿Pareces algo nerviosa,” le dije. “Así es, lo estoy,” me contestó. “¿Por qué?” le pregunté. Ella alzó la vista, y luego, mirando por todo el salón, dijo: “Porque Dios está aquí.” Pensé: ¡Ah! ¿En realidad? La gente a veces tiene la idea de que cuando no estamos visibles, obviamente estamos con Dios. Algo así como Moisés en el Sinaí.
Si solo lo supieran.
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